lunes, 6 de agosto de 2012

veintiocho meses

Puedo medir mi estado de ansiedad por cómo me siento cuando veo a alguien dándole vueltas al té. Sin poder evitarlo, mis ojos se dejan caer en el remolino verdoso y todas mis fuerzas se disuelven con cada vuelta. En ese momento, mi interlocutor me mira, pregunta y sólo soy capaz de mover levemente la cabeza de lado a lado como si me espabilara de repente, todo para fingir que no me he ido, que sigo allí y no al fondo de la taza, enfangada en posos verdes.

No fue así en esta ocasión. 

Ni siquiera recuerdo cómo la invité a quedarse, creo que le ofrecí un té y ella dudó y miró el reloj, o quizás no lo llevaba en ese momento y sólo volvió la mirada al bolso de Vuitton, como para ganar tiempo. Contra todo pronóstico aceptó y me preguntó dónde podía sentarse. Desde la cocina miraba su perfil, media cara algo tensa y las piernas cruzadas en un balanceo nervioso.

Me senté justo enfrente de ella y la observé mientras conversábamos. Hablaba mucho, pero no era pesada ni histriónica. Conocía sus puntos fuertes y sabía explotarlos. Tomó enseguida el mando de la conversación y fue cambiando de canal hasta encontrar uno en el que ambas nos sentíamos cómodas. Parecía menos frívola de lo que había imaginado. Pensé que no tenía delante de mí a una persona feliz, pero sí a alguien que, quizás haciendo ocultos equilibrios, parecía tranquila. Una penélope muy lista - me dije entonces - que ha sabido tejer una red de seguridad por si le falla el pie en el trapecio. 

Tardé pocos sorbos en darme cuenta de la magnitud de mi error. Había dejado entrar en casa a mi espejo. Un espejo que me devolvía a mí, triste vampiro, una imagen que jamás podría ser la mía. 

Diría que ella también se entristeció en algún momento y, al menos en un par de ocasiones, reímos juntas.

sábado, 4 de agosto de 2012

RUIDOS

Ruido es lo que suena cuando no lo hace mamá.

Si papá ve el fútbol, mamá grita:´
- Baja ese escándalo.
Si Bea pone el mp3, mamá le dice:
- No sé cómo puedes escuchar ese grupo que sólo sabe hacer ruido.
Si yo coloreo mandalas:
- ¿No puedes pintar más despacio?

Pero, pero, pero... si mamá se seca el pelo o se hace un batido o se pone una canción de David Bisbal, entonces las cosas hacen el ruido que tienen que hacer y no aguantamos nada.
Yo creo que mamá se ha adaptado al medio, como nos contó la maestra en clase, que para sobrevivir, algunos animales podían cambiar de color y quedarse quietecísimos sin moverse ni nada. Mamá es igual. Cuando hace sus ruidos está más sorda que cuando nosotros hacemos los nuestros. Si no, no soportaría hacer nada de lo que hace y se quedaría quieta en una silla y se moriría de hambre, de sed y de aburrimiento. Seguro.

Pero mamá,  lo que menos soporta de todo lo del mundo es el ruido de los vecinos.

El otro día no, el otro tampoco, el otro de antes, subiendo por las escaleras, escuchamos música que salía del ático de la vecina. Mamá torció la nariz y abrió la puerta de casa con más energía que otros días. Se quedó callada un rato largo. Cuando mamá se calla tanto rato, es porque va a gritar algo:

- ¡Y que yo no pueda estar tranquila en mi propia casa!

Y de repente, pegó un portazo, subió las escaleras con las llaves en un mano y cogiéndome con la otra. En un plis-plas llegamos a casa de la vecina. Ahora también se oían voces y risas. Mamá se quedó un poco parada, parece que no se atrevía a llamar, así que yo misma apreté el timbre tres veces para que se oyera bien.

- Holaaaa -le dije a la vecina cuando abrió la puerta y me puse de puntillas para darle un beso- Mamá viene a decirte algo.

Mamá me riñó con los ojos y tiró de mí hasta apretarme a ella. La amiga de la vecina, que llevaba un gorro chulísismo con brillantina rosa, también se acercó a la puerta y me guiñó un ojo, yo le puse una sonrisa, pero no me atreví a soltarme de mamá.

- Están ustedes haciendo demasiado ruido -dijo mami-.Se oye su música desde el portal. Esto es una comunidad de vecinos tranquila donde nos gusta el silencio.

Y mientras la vecina intentaba disculparse y mamá estiraba el cuello como para mirarla desde arriba, la amiga de la vecina se había ido y había vuelto con un libro:

- Tome, querida. Lo encontré en un parque hace un par de años. Ahora no tengo duda de que este libro estaba destinado a encontrarse con usted. Léalo, le hará bien.

Mamá se puso blanca y roja (o al revés, no me acuerdo muy bien) y la vecina las miró a las dos, bajó la  música y pidió a los demás que bajaran la voz. Luego se despidieron como que querían ser simpáticas pero parecía como en una obra de teatro, no sé si me explico. Así que yo también me despedi así, haciendo una reverencia y cogiendo los dos lados del vestido con las manos.Cuando bajamos a casa, mamá no volvió a decir nada. Dejó el libro encima de la mesa y se metió en el baño. Así que yo aproveché y leí el título:
                                        
                                                           El hacedor de silencios.

Yo ya sabía que la amiga de la vecina, que es amiga de Visnú, iba a acertar.Porque elegir un libro para otra persona, como dice la maestra, no es tarea fácil.


Al día siguiente, mamá subió a devolverle el libro, porque te lo agradezco, pero seguramente no tendré mucho tiempo para leer y tu amiga lo necesitará y... pero la vecina la interrumpió y la invitó a tomar un té. Yo bajé a jugar a la Wii con Bea. Mamá tardó una hora en venir y cuando la mamá de Jorge Abadía la llamó para ir de compras, mamá le dijo una mentira y se sentó en el sofá.

Pasó toda la tarde leyendo el libro y ni siquiera se enteró de los saltos y las risas de Bea y mías.