Ayer uno de esos espejos saltó en pedazos y me limité a observar cómo iban cayendo al suelo pequeños trozos de mi propia imagen envueltos en una sustancia viscosa e incandescente.
Ayer, por un momento, dejé de saber quién era y rompí mi propio espejo para que nadie se mirara en él. Más tarde vino a verme Alba, el espejo más limpio que conozco, me recordó quién era y volvió a salvarme la vida.
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