sábado, 11 de junio de 2011

siete meses

Estamos solos. Por primera vez siento que esta idea me atraviesa como una acupuntura maligna, provocándome un dolor suave y constante al que podría acostumbrarme con el tiempo, pero que jamás dejaría de sentir. Un achaque de la edad adulta, de la edad consciente.
Mi amiga hippy y dueña del apartamento donde vivo viene a verme dos veces por semana. Como ella asegura, lo más importante para la correcta recuperación es respetar la posología. Una vez que traspasa el umbral de la puerta no puede evitar actuar como si fuera ella la que vive allí: descorre las cortinas con soltura y se sirve una copa de vino. Después se sienta enfrente de mí, en el sillón morado, cruzando las piernas. No se lo diría nunca, pero esas largas rastas no pueden ocultar los mismos ademanes aristocráticos que heredó de su madre y contra los que sigue luchando sin éxito. Tampoco esa facilidad para disponerlo todo. A medida que ella avanza, se desintegra el caos.
- Te veo mejor.
- ¿Mentir es parte del tratamiento?
Sonríe con picardía. Me conoce y sabe que conmigo no valen las mentiras piadosas.
- No miento. Por dentro estás hecha una mierda, pero te veo mejor. ¿Zapatos nuevos?
- Los compré por internet. Y si, aunque me quedan grandes, no pienso descambiarlos.
- ¿Y eso?
- No siempre puede ser todo a nuestra medida. Y, como dice Alba, los problemas son como los zapatos, cuando crecemos se nos hacen más pequeños. Y si  ya no creces, siempre puedes usar plantillas.
- ¿Y quién es esa Alba?

1 comentario:

  1. Alba te cambiará tu perspectiva del mundo a golpe de sentido común. Cuidado con ella, no se salvan ni los hippies.

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