miércoles, 17 de agosto de 2011

once meses

Cuando tenía la edad de Alba, me fascinaba el espejo de la madrastra de Blancanieves y al menos en un par de ocasiones invoqué al de mi cuarto con curiosidad y algo de temor, puesto que entonces ya intuía que enfrentarse a la verdad es una práctica de consecuencias impredecibles. Con el tiempo descubrí que los espejos mágicos estaban por todas partes y que eran mucho más peligrosos de lo que jamás hubiera imaginado. Yo tiendo a mirarme en espejos que me devuelven imágenes monstruosas, espejos cuyos reflejos golpean mi rostro hasta deformarlo, que enturbian cuando me miran, que se ceban en mis miserias con sus formas cóncavas.


Pero esta vez Alba me ha regalado un espejo diferente, en el que, de momento, sólo acierto a mirarme a escondidas.

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