sábado, 26 de febrero de 2011

cinco meses

              Pronto hará cinco meses que llegué al ático que mi mejor amiga de la infancia, heredera hippy de una empresa textil de rentabilidad nada despreciable, me alquiló a un módico precio cuando decidí abandonar precipitadamente un diminuto apartamento de las afueras. En su opinión, mi sitio estaba en las alturas de aquella casa señorial decimonónica con fachada modernista.
            - Desde ahí arriba, todo se ve más pequeño. Por dentro y por fuera - había dicho levantando la cabeza hacia lo que iba a ser mi nuevo hogar- Dime cuándo quieres que vayan a recoger tus cosas.
             Tuvo que venir ella misma a culminar la mudanza. Se movía de un lado a otro en silencio funerario, colocaba cuidadosamente los libros y colgaba mi ropa en las perchas del armario, mientras yo permanecía sentada en el borde de aquella silla de terciopelo rojo, con la mirada perdida, como una vieja Nancy a la que el tiempo le ha borrado la expresión de la cara.
              Dos horas después, la casa de muñecas estaba montada y mi amiga se había marchado cerrando de un portazo mi nuevo piso-desván. Me quedé allí sentada no sé durante cuánto tiempo. El ruido del timbre me sobresaltó.
             - Me llamo Alba... con b. ¿Eres la nueva vecina?

             Alba, aquella niña de agua y espejo, me devolvió al juego.

1 comentario:

  1. Nunca me ha gustado jugar con muñecas, y menos abrazarlas o hacerles mimos. Hoy haría una excepción.

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